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Archive for diciembre 2009

Ich Bin Enric Marco

El caso de Santiago Fillol y Lucas Vermal, y su documental  Ich Bin Enric Marco, es un ejemplo claro del estado del cine en Barcelona. El problema es que un filme que arranca desde un planteamiento pesado y previsible solo puede brillar en el esquivo de los tópicos a los que se enfrenta.  Enric Marco, que sufre de una lapidación mediática al descubrirse que tras el hombre que sobrevivió a los campos de concentración nazi se esconde un farsante que relató durante años experiencias que jamás vivió en primera persona, emprende un viaje hacia los espacios en los que su verdadera historia se cruza con los de su relato ficticio.

La película no nos sorprende hasta alcanzar, en su segunda cuarta parte,  unas secuencias en las que se nos muestra a Enric Marco interactuando con la sociedad alemana, en la búsqueda de su compañero de “batallas” de la Alemania de 1941. Es entonces cuando el tema principal se convierte en un fuera de campo y lo que presenciamos es a un hombre más o menos entrañable de peculiar personalidad que crea a su alrededor una serie de situaciones alguna de la cual podría haber sido escrita por el mismo Berlanga -como es el caso de la divertida secuencia en la que un vecino alemán le invita a entrar en casa y él trata de explicar a su familia qué es lo que está haciendo allí, algo que pronunciado por él mismo resulta muy cómico, pues parece algo absurdo-. Es en este tipo de secuencias en las que realmente el espectador comprende quién y cómo es Enric Marco -si es eso lo que pretende el documental, que el espectador comprenda a este hombre para poner punto y final a la cruzada que los medios de comunicación han emprendido en su contra-. El tono cómico alcanzado, consecuencia de la doble moral de los realizadores, violenta a su vez al espectador, como si de un filme de Todd Solondz se tratase, creándose una extraña relación entre el público y la película que parece inspirada en la propia Storytelling.

Pero traspasada la mitad del metraje, el documental vuelve a su tono inicial, a su planteamiento previsto, y entendemos entonces que estas secuencias habían sido causadas por el azar y la improvisación, pues así lo delata su puesta en escena, y que no eran más que un espejismo de lo que podría haber sido un filme que habla de un farsante, justo cuando estábamos empezando a pensar que quizá inteligentemente esta película no estaba haciendo más que entrar en el juego de la farsa.

Inevitablemente acabamos siendo testigos del dolor que le produce a todo ser humano revivir en el espacio de su tragedia, del discurso de un hombre que argumenta porqué no debe pedir perdón a la sociedad para la que ha estado actuando, y del movimiento de cámara que busca su reflejo en el espejo para remarcar al espectador de la última fila, por si se había dormido, que estamos ante un filme que pretende desenmascarar a nuestro hombre. Los nuevos tópicos del documental y también de la ficción de autor que lamentablemente sus creadores no han sabido esquivar desde un principio. Pues la película se inicia con la imagen de unos árboles, la imagen de la realidad, y acto seguido la de esos mismos árboles enmarcados por el agujero de una pared, el artificio del cinematógrafo. Gracias por ser tan transparentes, ¿acaso no podrían empezar así todos los filmes realizados?

El estado del cine en Barcelona es este. La mayoría de las películas que se producen desde aquí están pensadas con la cabeza, y en teoría no hay nada que reprocharles. Películas acogidas con los brazos abiertos por críticos sedientos de una nueva ola de realizadores a los que retroalimentar. Pero -y éste es un tópico del que me sirvo para entrar en el juego- no olvidemos que las películas que nos emocionan, cuyas imágenes queman de por vida nuestras retinas, son las que, además, están pensadas con el corazón. El cine producido en Barcelona necesita urgentemente verdades como templos para poder madurar. Y los críticos no le están haciendo ningún favor a sus amigos los realizadores. Es triste.

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